La conexión entre el estado de ánimo y la alimentación ha existido desde siempre. Dentro de sus múltiples consecuencias se encuentra el hambre emocional, un término acuñado durante la segunda mitad del Siglo XX y que cada vez gana más notoriedad aunque todavía está rodeado de mitos e información errónea.
La alimentación constituye la piedra angular de la salud porque actúa como el principal determinante de la vitalidad, el bienestar físico y la longevidad de una persona. Una dieta adecuada y balanceada suministra los macronutrientes y micronutrientes esenciales necesarios para el correcto funcionamiento metabólico, la reparación celular, la fortaleza del sistema inmunológico y el mantenimiento de las funciones cognitivas.
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Comer de una forma adecuada es la base de la medicina preventiva
Su importancia no sólo radica en aportar energía para las actividades diarias, sino que se erige como una herramienta crucial de la medicina preventiva. Y lo más importante es que cuando no se lleva a cabo de manera adecuada puede derivar en consecuencias como el hambre emocional.
Para profundizar acerca de este tema, en Saludiario entrevistamos a la Dra. Mónica Arienti. Con respecto a su formación, es egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad La Salle. Después cursó la especialidad en Psiquiatría en el Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz”. Además tiene una Alta Especialidad en Trastornos de la Conducta Alimentaria en la misma institución y está certificada por el Consejo Mexicano de Psiquiatría.
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Antes que nada, ¿en qué consiste el concepto de hambre emocional?
El hambre emocional aparece cuando comemos no porque el cuerpo lo necesite, sino para intentar calmar o distraernos de emociones difíciles como la tristeza, la ansiedad, la frustración o la soledad. En esos momentos, la comida se convierte en un alivio temporal, pero no resuelve lo que realmente necesitamos.
Lo importante es reconocer que este tipo de hambre está profundamente vinculado con la salud mental. De hecho, se estima que hasta 3 de cada 10 personas que viven con obesidad presentan síntomas de depresión o ansiedad, lo que puede reforzar un ciclo en el que las emociones influyen en la alimentación y viceversa.
¿Cómo se puede diferenciar el hambre física del hambre emocional?
El hambre física aparece de forma gradual y responde a una necesidad real del cuerpo de obtener energía. Puede satisfacerse con distintos tipos de alimentos, disminuye al comer y se acompaña de una sensación de saciedad física una vez que el organismo ha recibido lo que necesita.
En cambio, el hambre emocional surge de manera repentina y está relacionada con cómo nos sentimos, no con una necesidad fisiológica. Suele aparecer en momentos de estrés, tristeza, ansiedad o aburrimiento, y se dirige hacia alimentos específicos que generan placer o consuelo inmediato, como dulces, pan o frituras. A diferencia del hambre física, no se calma al comer y muchas veces deja una sensación de culpa o malestar posterior.
¿Aspectos como el estrés, la ansiedad o la calidad del sueño pueden provocar episodios de hambre emocional?
Sí, definitivamente. El estrés, la ansiedad y la falta de sueño pueden incrementar el apetito y llevarnos a buscar comida como una forma de consuelo.
Obesidad y salud cerebral: ¿Existe una conexión entre la mente y el metabolismo?
¿Existe una relación entre el hambre emocional y la salud mental?
Totalmente, existe una relación muy estrecha. Muchas personas que viven con obesidad presentan síntomas de depresión o ansiedad. Estas condiciones aumentan la probabilidad de desarrollar hambre emocional.
Comer se convierte en una estrategia momentánea para lidiar con sus emociones, pero esto puede generar culpa, aislamiento o desesperanza, afectando aún más la salud mental. Por eso es fundamental atender la dimensión emocional en aquellas personas que viven con obesidad.
¿Qué tratamientos existen para las personas con hambre emocional?
Los tratamientos más efectivos son multidisciplinarios. Incluyen psicoterapia para trabajar la relación con la comida y las emociones, estrategias para el manejo del estrés y la ansiedad, educación nutricional para fomentar hábitos saludables y, en algunos casos, acompañamiento médico para la obesidad o trastornos asociados, incluyendo el uso de fármacos compuestos como Naltrexona/Bupropion.
La evidencia muestra que cuando no se atiende la salud mental en los tratamientos de obesidad, la efectividad disminuye y las personas pueden sentirse frustradas, por lo que es crucial integrar ambos enfoques.
¿Algo más acerca del tema que quiera agregar?
Es fundamental mirar más allá de la báscula. La obesidad no solo implica cambios físicos; también genera una carga emocional significativa. Muchas de las personas que viven con obesidad pueden tener un trastorno de la conducta alimentaria.
Además los prejuicios sobre el cuerpo afectan la autoestima y la calidad de vida. Si ponemos en el centro la salud mental y emocional, podemos ofrecer tratamientos más efectivos, empáticos y sostenibles, que respeten la dignidad de las personas y promuevan un bienestar real.