La Asociación de Alzheimer ha advertido sobre la necesidad de limitar los factores de riesgo de aparición de la enfermedad ya que es posible, así como mejorar el diagnóstico precoz para poder dar tratamiento. Según la Sociedad Española de Neurología, más del 50% de los casos que aún son leves están sin diagnosticar.
Hoy sabemos que el proceso bioquímico de acumulación de las proteínas más características de la demencia tipo Alzheimer empieza en torno a los 30 años, aunque no dé síntomas hasta más adelante.
“Existen genes vinculados al desarrollo de enfermedad de alzheimer y marcadores biológicos que detectan en el líquido cefalorraquídeo y en la sangre (proteína tau y amiloide, proteína GFAP) que permiten identificar precozmente la existencia de la enfermedad de Alzheimer en estadios previos a los síntomas cognitivos”, explica la doctora Ana Isabel Sanz, fundadora y directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias, en Madrid, y premiada en la categoría de mejor psiquiatra en los Premios Europeos de Medicina 2024.
También en las pruebas de imagen cerebral existen avances que posibilitan adelantar la detección de la enfermedad. En concreto, señala Sanz, la tomografía por emisión de positrones (PET) con trazadores específicos para la proteína tau y los depósitos amiloides o la resonancia magnética funcional. Aunque se trata de avances en investigación, la doctora lamenta que no son pruebas de fácil acceso para la mayoría de ciudadanos que empiecen a detectar primeros síntomas que les estarían alertando de una demencia tipo Alzheimer.
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Sutiles indicios que no afectan a la memoria
Según la doctora Sanz, las primeras manifestaciones del largo proceso degenerativo que implica la demencia tipo Alzheimer suelen ser sutiles indicios que no afectan principalmente a la memoria, “sino a otros ámbitos psíquicos como el estado de ánimo, la forma de ser y la conducta”.
En concreto, la doctora detalla que las primeras alertas de esta degeneración del tejido nervioso son:
- Irritabilidad
- Disminución de la capacidad para el control emocional.
- Oscilaciones bruscas en el estado afectivo, disminución en la motivación y el interés por el entorno o las relaciones.
- Alteración en la flexibilidad del pensamiento, lo que se concreta en ideas repetitivas en torno a preocupaciones fijas e irracionales en su intensidad, como la inquietud por la estabilidad económica o por posibles enfermedades físicas.
- Pérdida de eficiencia de ciertas funciones neurológicas como la alteración episódica de la orientación espacial y la pérdida de precisión en el reconocimiento e interpretación adecuadas de ciertos estímulos visuales.
En cuanto a cómo se ve afectada la vida de quien sufre estos primeros síntomas, la doctora aclara que al ser indicios sutiles, que suceden de forma episódica, pueden no llamar la atención ni de la persona afectada ni de sus familiares. “Son poco sugerentes de un incipiente demencia, por eso suelen pasar desapercibidos o se atribuyen a causas erróneas.”
¿Afectan esos primeros síntomas a la autonomía de la persona?
“A pesar de no ser manifestaciones altamente incapacitantes, sí producen desajustes en la vida cotidiana, errores pequeños y pérdida de la confianza en uno mismo. Más que un serio deterioro en la autonomía, estas manifestaciones derivan en daños en la integración social, como resultado de un sentimiento de malestar personal y también de los conflictos con otras personas, que juzgan que los errores del individuo afectado son producto de una dejadez voluntaria o de pérdida de atención a las exigencias sociales”, apunta la doctora Sanz.
Por ello, la consecuencia más inmediata de estos primeros desajustes suele ser un progresivo aislamiento y la aparición de conflictos interpersonales crecientes que deterioran la convivencia con las personas más cercanas y más vinculadas afectivamente a la persona afectada.
¿Es complicado diferenciar cuando se dan esos síntomas si se trata de un problema de salud mental o neurológico para decidir un tratamiento adecuado?
“Realmente no es sencillo vincular ciertas manifestaciones no cognitivas con una demencia que aún está gestándose y podríamos decir “no ha dado la cara” ni se detectaría en las exploraciones neurológicas que se utilizan habitualmente en la práctica clínica cotidiana. De las exploraciones que podrían ser útiles en momentos precoces tal vez la más recomendable sería el electroencefalograma, que puede detectar antes que otras pruebas (tomografía, resonancia) modificaciones en la actividad cerebral, básicamente un enlentecimiento de las ondas cerebrales y falta de concordancia en el ritmo de la frecuencia eléctrica del hemisferio derecho y el izquierdo”.
La doctora destaca que en la atención médica habitual, no se presta suficiente atención a la posibilidad de una demencia futura, y que “este es posiblemente el primer cambio de mentalidad que debería introducirse:
El seguimiento cuidado de síntomas afectivos o conductuales persistentes, que responden mal a los tratamientos habituales o que progresan a pesar de las medidas terapéuticas aplicadas a los trastornos emocionales, sería la forma de identificar lo antes posible una futura demencia y comenzar cuanto antes actividades de estimulación cognitiva o aplicar tratamientos que ralentizan el proceso biológico subyacente”.
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Alzheimer en sus primeras fases se confunde con depresión
En sus fases precoces, la enfermedad de Alzheimer puede presentar múltiples solapamientos con los síntomas de la depresión, que coinciden con los citados por la doctora y que tienen que ver con el estado de ánimo y el aislamiento social. Además, según ha observado la doctora en su experiencia clínica, “las personas con una enfermedad de Alzheimer incipiente suelen ser menos conscientes de sus déficits que los sujetos con una depresión”, lo que hace que presten menos atención a esos primeros síntomas.
“A veces es muy difícil distinguir ambos procesos salvo por la falta de respuesta a los tratamientos para la depresión y la progresión de los síntomas y el deterioro neurológico cada vez más evidente en el caso de las personas con alzheimer”.
Además de estas dificultades clínicas, añade la doctora Sanz, “en mi opinión existe otra barrera importante que dificulta mejorar el diagnóstico y la intervención precoz sobre la enfermedad de alzheimer: la actitud de negación de los propios profesionales ante un trastorno que da miedo y a la vez suscita una gran impotencia por las limitaciones que existen en su abordaje”.
La doctora recomienda contemplar la posibilidad de un diagnóstico precoz cuando existan síntomas afectivos y psicofisiológicos como los nombrados. También los antecedentes familiares de demencia, la presencia de factores de riesgo vascular, la evolución rápida de los signos de malestar y la falta de conciencia de estar enfermo de la persona afectada son indicios que deberían alertarnos y animarnos a poner en marcha medidas de estimulación cognitiva intensiva y a utilizar fármacos que han mostrado eficacia ralentizando la degeneración cerebral.
Avances para ralentizar el desarrollo de la enfermedad
La doctora es rotunda: “La enfermedad de alzheimer es un trastorno grave y progresivo, son hechos innegables, pero ello no quiere decir que no se pueda modificar parcialmente su progresión y mejorar la calidad de vida de las personas que la padecen, sobre todo si se detecta en fases precoces”.
La medida más inmediata parece vinculada al uso de fármacos (donepezilo, rivastigmina, memantina y otras) que se han mostrado eficaces en el retardo del proceso de deterioro cerebral.
Pero la doctora también recomienda como estrategias fundamentales para una mejor evolución el estilo de vida ordenado, activo, con estimulación mantenida sin potenciar fuentes de estrés, así como la alimentación, la actividad física, la fisioterapia, la estimulación cognitiva, mantener la interacción social, el intercambio de conversaciones y el contacto afectivo.
Todo tratamiento tendrá más éxito “si se apoya a la familia en lo emocional, lo económico y en aspectos logísticos de la vida cotidiana”.
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Lequembi: el fármaco para retrasar el Alzheimer recién aprobado en Europa
En varios países, incluidos México y Estados Unidos y recientemente también en la Unión Europea, está aprobado el medicamento “Leqembi” (lecanemab) para retrasar el Alzheimer en su fase inicial.
La doctora Sanz afirma que el descubrimiento de que el lecanemab puede luchar directamente contra las placas amiloides que constituyen uno de los principales mecanismos de lesión cerebral en la enfermedad de Alzheimer es una muy buena noticia, “la más importante posiblemente en los últimos 20 años de investigación“.
Se pone al alcance de un sector de los ciudadanos afectados, “no todos, pues las condiciones de uso son bastante definidas”, puntualiza. Pero se trata de una esperanza real de detener definitivamente el mecanismo fisiopatológico que causa esta enfermedad.
No obstante, en países como España todavía no se ha incluído entre los fármacos dispensados en los hospitales, “y no se sabe cuánto tardará el largo proceso administrativo que conlleva”, revela la doctora advirtiendo que se trata de un medicamento no exento de reacciones adversas severas y polémicas. La psiquiatra Ana Isabel Sanz lamenta que “frente a la brillantez de la investigación, encontramos la realidad de profesionales sanitarios que dedican poco tiempo y atención al rastreo y abordaje de esta enfermedad, tal vez por impotencia, quizá porque afecta a personas de edad media-alta. Y recursos sociales insuficientes y lentos en su gestión para apoyar a las familias”.