Las bacterias han mostrado cada vez más mayor fortaleza contra los antibióticos, por lo que este problema se ha convertido en un grave problema de salud pública, según un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además, se sabe que estas bacterias son más resistentes a los antibióticos en el espacio, razón por la que los astronautas reciben dosis cuatro veces más altas de medicamentos cuando enferman a causa de una infección.
Con la finalidad de revertir este problema, el investigador guatemalteco Luis Zea, quien trabaja en la Universidad de Colorado, y además es colaborador de la NASA, se ha propuesto descubrir cuáles son los genes bacterianos que más resistencia antibiótica poseen. Para este propósito, Zea ha enviado bacterias a la Estación Espacial Internacional para experimentar con ellas a través de su empresa, aquí en la tierra, BioServe Space Technologies.
Uno de sus primeros experimentos consistió en cultivar células de Escherichia coli en el espacio, las cuales fueron sometidas a distintas dosis de antibióticos. Un año después, cuando las células regresaron a la tierra, el investigador examinó y secuencia el ARN extraído de las bacterias, con lo cual pudo hacer una comparación entre los diferentes tratamientos para identificar qué genes se expresan de diferente manera en el espacio, ya que serían los responsables de la mayor resistencia a los antibióticos.
Zea pretende ahora llevar al espacio cepas alteradas genéticamente para observar mutaciones que pueden transformar la función de los genes y analizar de qué manera afectan su resistencia.
“Las condiciones de microgravedad en el espacio son semejantes al ambiente que existe al interior del colon o del tracto urinario, por esta razón, la ausencia del efecto de la gravedad provoca que la difusión de moléculas en suspensión esté controlada por movimientos aleatorios. Es decir, este fenómeno causa que los desechos del metabolismo celular se acumulen en el exterior de la bacteria, por lo que entra en un estado de estrés”, explicó Luis Zea.
“Los laboratorios tardan aproximadamente 13 años en encontrar un fármaco que logre funcionar contra una diana previamente seleccionada. Con mi experimento pretendo acelerar este proceso, así las farmacéuticas tendrían nuevos blancos efectivos sobre los que investigar”,