La insulina es una hormona producida por el páncreas y es fundamental para la vida humana pero también está rodeada de diversos mitos. Al mismo tiempo, mantiene una estrecha relación con la diabetes, una de las enfermedades con mayor crecimiento durante el último medio siglo a nivel mundial.
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Manejo de la cantidad de glucosa en la sangre
El objetivo de la insulina es regular la cantidad de glucosa en la sangre y permitir que las células la utilicen como fuente de energía. Cuando una persona tiene diabetes el proceso se ve afectado: el cuerpo puede no producir suficiente insulina o no utilizarla de forma adecuada, lo que provoca que los niveles de azúcar en sangre se mantengan elevados.
En esos casos, inyectarse insulina se vuelve necesario para reemplazar la que el cuerpo no genera y así mantener el equilibrio metabólico y prevenir complicaciones. El inconveniente es que a pesar de los avances médicos persisten mitos y temores alrededor de uno de los tratamientos más eficaces para controlar la diabetes: la insulina.
De hecho, en la actualidad muchos pacientes aún la asocian con un “fracaso” o con una etapa avanzada de la enfermedad, cuando en realidad puede ser la clave para mantener una vida plena y saludable.
“La insulina no es un castigo, es un medicamento que reemplaza o complementa la función del cuerpo cuando este ya no puede producirla de manera adecuada. Usarla no significa que la persona haya hecho algo mal; al contrario, demuestra un compromiso activo con su salud”, explica la Dra. Sandra Garduño, médico general de la Fundación CTR.
De acuerdo con la especialista, gran parte del miedo hacia la insulina proviene de la desinformación y de la idea errónea de que solo se utiliza como último recurso.
“Durante años se ha visto la insulina como sinónimo de gravedad, pero la realidad es que es una herramienta eficaz y segura para mantener controlados los niveles de glucosa en sangre. El temor a las agujas también influye, aunque hoy existen dispositivos modernos, como las plumas prellenadas, que facilitan su aplicación sin dolor ni complicaciones”, explica Garduño.
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Principales mitos alrededor de la insulina
Uno de los mitos más extendidos es pensar que iniciar tratamiento con insulina significa que la diabetes está “en fase terminal”. La doctora aclara que esto es completamente falso.
“La diabetes tipo 2 es una enfermedad progresiva. Con el tiempo, el páncreas produce menos insulina, por lo que es necesario complementar esa función. Usar insulina no significa un retroceso, sino una medida para proteger al organismo y prevenir complicaciones graves”, señala.
Otro temor común es creer que el cuerpo “se vuelve dependiente” de la insulina o que dejará de producirla. La Dra. Garduño enfatiza que esto no ocurre, “La insulina no daña al páncreas ni provoca dependencia; al contrario, ayuda a conservar las células que aún producen insulina y mejora el control metabólico.”
Respecto al aumento de peso, aclara que este no se debe directamente al medicamento, sino a la mejor utilización de los nutrientes una vez que los niveles de glucosa se estabilizan.
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¿Se puede dejar la insulina?
En los últimos años, algunas personas han recurrido al uso de tés o extractos de la llamada “planta de insulina”, creyendo que puede sustituir el tratamiento médico. Sin embargo, no existen evidencias científicas que respalden su eficacia, y confiar en estos remedios puede poner en riesgo la salud porque no regulan de manera efectiva los niveles de glucosa.
La diabetes requiere un manejo médico personalizado y suspender o retrasar el uso de insulina bajo la idea de que una infusión puede reemplazarla puede llevar a complicaciones graves y daños irreversibles en órganos como el corazón, los riñones y la vista.
Garduño comenta que en algunos casos, particularmente en personas con diabetes tipo 2, es posible reducir o suspender el uso de insulina si el paciente logra mantener sus niveles de glucosa con una alimentación saludable, actividad física y supervisión médica constante.
En cambio, en la diabetes tipo 1, la insulina es indispensable de por vida porque el cuerpo no la produce en absoluto.
