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Soledad crónica en la tercera edad: un problema de salud mental

La soledad es más compleja que la ausencia de compañía y su impacto va más allá de la parte física porque también afecta la salud mental.
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La soledad es un fenómeno que preocupa cada vez más en relación con el ámbito de la prevención en salud mental, particularmente entre la población de la tercera edad. La psiquiatra española Ana Isabel Sanz explica cómo la soledad no deseada puede tener graves implicaciones para el bienestar físico y psicológico.

La soledad crónica no es simplemente la ausencia de compañía. Es una experiencia subjetiva que implica sentirse solo o aislado, incluso cuando se está rodeado de otras personas, y que al prolongarse en el tiempo puede desencadenar patologías mentales, enfermedades cardiovasculares y deterioro cerebral.

Entre los adultos mayores esta forma de soledad se ha vuelto más común debido a una serie de factores, como la pérdida de seres queridos, la jubilación, los problemas de movilidad y la disminución de las redes de contacto social. Según la Encuesta Nacional de Salud y Envejecimiento en Estados Unidos, aproximadamente el 28% de los adultos mayores de 65 años viven solos, y muchos más experimentan una forma de soledad crónica, independientemente de su estado civil o de convivencia.

La doctora Ana Isabel Sanz, fundadora del Instituto Psiquiátrico Ipsias, define la soledad no deseada como “el sentimiento de malestar o incluso sufrimiento por sentirse apartado de los demás -es decir, solo y sin apoyo-, independientemente del grupo de personas que se encuentre cerca de la persona que padece ese malestar”. Se trata de la angustiosa percepción de que las relaciones sociales a las que se tiene acceso no corresponden en cantidad o en calidad a lo que se necesita o espera emocionalmente de ellas.

En este sentido diferencia entre soledad y aislamiento social. Por aislamiento debemos entender un hecho objetivo consistente en la ausencia o limitación de los contactos interpersonales. “Esta circunstancia abarca tanto el número de personas con el que se mantiene contacto, el apoyo social (lo que potencialmente se recibe y se da a otros) como las posibilidades de participación en la sociedad”, apunta la doctora.

Además, recuerda que en la sociedad actual nos encontramos con la paradoja de que coexisten la hiperconexión tecnológica y una “preocupante disminución de los contactos humanos directos”. A esto se suma además la superficialidad de los intercambios entre individuos.

En cambio, el sentimiento de soledad supone una vivencia subjetiva que “pone de manifiesto el fracaso para conectar de manera significativa con otras personas. Puede deberse a motivos relacionados con un número escaso de relaciones, pero también a la calidad de estas, aunque sean numerosas”.

Según la doctora Sanz, las personas que se sienten solas aunque no estén aisladas socialmente, perciben que las relaciones sociales a las que tienen acceso no corresponden en cantidad o en calidad a lo que necesitan o esperan. “Hablan y no se sienten comprendidos, esperan apoyo y sienten que no lo reciben, o no en la forma que les sería válido, se sienten ignorados o juzgados”, son algunos de los rasgos que pueden compartir quienes sienten la soledad no deseada.

La soledad no deseada es “un sufrimiento que carcome sutilmente…y mata”

La soledad empieza a ser peligrosa para la salud cuando una persona llega a pensar que conectar con los otros es una tarea imposible. Por ejemplo, “si llega a la convicción de que ese muro que le separa de los otros es inexpugnable y acaba renunciando a todo intento de tomar la iniciativa en cualquier acto de comunicación, incluso para pedir ayuda”, apunta la doctora.

Desde el punto de vista de la psiquiatría, esta conclusión tiene importantes consecuencias, ya que los seres humanos somos esencialmente sociales y necesitamos de los otros para crecer e incluso seguir existiendo. Por lo tanto, pensar que carecemos de ese afecto necesario puede conducirnos a la autodestrucción física y mental.

Los sentimientos de soledad se relacionan directamente con la depresión y otros trastornos afectivos así como los trastornos de ansiedad en sus diferentes variantes.

Lo mismo sucede con algunos problemas de la personalidad. “En concreto el tan comentado trastorno límite de la personalidad, las personalidades dependientes, las evitativas… Los propios síntomas de estos momentos de ruptura del equilibrio emocional o de dificultades crónicas en el acercamiento a otras personas conllevan que el sentimiento de soledad sea casi una constante en estas personas. De ahí que sea un tipo de sufrimiento que carcome sutilmente…y mata”.

Una vivencia mantenida de soledad puede disminuir la esperanza de vida de una persona hasta en más de 10 años

La soledad se ha vinculado además con las enfermedades cardiovasculares (problemas coronarios, infartos cerebrales y cardíacos, alteraciones del ritmo del corazón, daños en el músculo cardíaco y las válvulas arteriales…) y con el deterioro del funcionamiento cerebral, que puede alcanzar incluso la demencia. La doctora señala que la soledad puede aumentar la probabilidad de este daño irreversible hasta en un 50%, y que “una vivencia mantenida de soledad puede disminuir la esperanza de vida de una persona hasta en más de 10 años, a lo que se suma la disminución evidente de la calidad de su existencia antes de fallecer”.

También se ha detectado aumento de la frecuencia de la obesidad y diversas enfermedades crónicas o debidas al mal funcionamiento del propio sistema inmunitario (enfermedades denominadas autoinmunes).

Hoy sabemos que los efectos dañinos de la soledad crónica alteran el funcionamiento del sistema inmunitario, se incrementan todos los procesos vinculados a la inflamación (que es una cascada compleja de fenómenos que acaba dañando las células, especialmente las de los nervios y músculos) y se tensan las paredes vasculares aumentando la dificultad para el normal flujo de la sangre, entre otros procesos que se van conociendo cada vez con más detalle.

Como solución, la doctora Ana Isabel Sanz propone la prevención a través de una actitud solidaria y colaboradora del entorno (tanto familiar, como escolar, laboral o social en sentido amplio).

El entorno “constituye una ayuda imprescindible para prevenir estos trastornos. Lamentablemente, en nuestro contexto predomina el individualismo y el interés por lo que le sucede al que está al lado ha pasado a ser un excepción, aunque todavía existan personas que se preocupan por los posibles problemas de amistades, miembros de su comunidad de vecinos, colegas de trabajo o escuela. Creo que estas actitudes amigables y de cercanía a otras personas deberían volver a convertirse en un modelo que valoráramos y tratáramos de incorporar a nuestra conducta diaria”, destaca como fórmula para prevenir y detectar la soledad no deseada en nuestro núcleo cercano y evitar también la propia.

 

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