En los últimos años, los microplásticos —pequeñas partículas de plástico menores a 5 milímetros— han dejado de ser un problema exclusivo de los ecosistemas para convertirse en una amenaza directa a la salud humana. Diversos estudios han demostrado que estas partículas están presentes en el agua, el aire, los alimentos y hasta en productos de uso cotidiano. En México, el impacto sobre bebés y niños es un motivo creciente de preocupación.
Los microplásticos pueden llegar al niño de diferentes formas
Los microplásticos pueden ingresar al organismo infantil a través de diversas vías: biberones de plástico, envases de alimentos, agua potable contaminada, juguetes, utensilios domésticos e incluso el polvo del hogar. Un estudio internacional reveló que los biberones de polipropileno pueden liberar millones de microplásticos por litro de líquido caliente, lo que plantea un riesgo considerable en una etapa de alta vulnerabilidad biológica.
En bebés y niños, la exposición es especialmente preocupante por varias razones. En primer lugar, su organismo está en pleno desarrollo, lo que los hace más susceptibles a los efectos tóxicos. Además, su sistema inmunológico y su barrera intestinal aún no están completamente maduros, lo que podría facilitar la absorción y acumulación de partículas plásticas y de los químicos asociados a ellas, como ftalatos, bisfenoles y retardantes de llama. Estos compuestos han sido relacionados con alteraciones hormonales, problemas neurológicos y riesgo aumentado de enfermedades crónicas a largo plazo.
En México existe un gran vacío regulatorio
En México, a pesar de la creciente evidencia científica, existe un vacío regulatorio significativo. Actualmente, no hay límites establecidos para la presencia de microplásticos en alimentos, agua o productos infantiles, ni protocolos de vigilancia sistemática que permitan dimensionar el problema. La ausencia de normativas específicas dificulta la protección efectiva de la población infantil frente a este riesgo emergente.
La solución requiere una combinación de políticas públicas, investigación y educación. Es urgente promover estudios locales que evalúen los niveles reales de exposición en la población mexicana, impulsar regulaciones que restrinjan el uso de plásticos en contacto con alimentos infantiles y fomentar alternativas seguras como vidrio, acero inoxidable o materiales biodegradables. Asimismo, las familias pueden reducir riesgos evitando calentar líquidos en recipientes plásticos, lavando con cuidado los utensilios y optando por productos libres de químicos nocivos.
Proteger a bebés y niños de la exposición a microplásticos no solo es una cuestión ambiental, sino una prioridad de salud pública. México tiene la oportunidad de cerrar el vacío regulatorio y liderar en la defensa del derecho de la infancia a crecer en un entorno seguro y libre de contaminantes invisibles.